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El profeta Jonás, cuyo nombre significa paloma, era oriundo de Gat Hefer en Galilea y ministró durante la época de Jeroboam II (793-753 a. C.).1 Profetizó a las tribus del norte antes de Amós y Oseas (2 R 14:25). Su libro contiene un esquema distinto al de los demás profetas menores de la Biblia ya que, en vez de pronunciar diversos mensajes proféticos, el escrito se enfoca en un episodio particular de su vida.

Su mensaje y ministerio

El libro narra en tercera persona que Dios ordenó a Jonás que predicara un mensaje de arrepentimiento a Nínive, capital del Imperio asirio, el cual se encontraba en declive y que, por tanto, ya no representaba una amenaza para Israel, como había sido en el pasado.2

Sin embargo, Jonás desobedeció y se embarcó en la dirección opuesta al lugar a donde Dios lo envió. Mientras huía, fue tragado por un gran pez en el que permaneció por tres días hasta que, luego de su humillación y de hacer una sentida oración, fue vomitado en tierra firme por orden de Dios (Jon 2:10).

Después de esta lección, Jonás actuó en obediencia y proclamó el mensaje de destrucción en Nínive que el Señor le había encomendado. En respuesta, la nación se arrepintió y Dios no derramó en ese momento Su juicio sobre ella. Sin embargo, Jonás no estuvo de acuerdo con esta decisión divina.

Por un lado, el arrepentimiento de Nínive se convirtió en un indicador de esperanza para Israel. Si Dios perdonó la maldad extrema de esta nación pagana, podía extender gracia a Su propio pueblo, si se arrepentía. Por otro lado, sirvió de confrontación para Israel ya que, con un solo mensaje, aquella nación pagana reaccionó con mayor temor al Señor que el rebelde reino del norte.

La reacción inconforme de Jonás frente a la misericordia de Dios hacia Nínive ejemplifica también el nivel de orgullo espiritual de Israel producto del autoengaño causado por la paz temporal, la expansión territorial y la prosperidad. No obstante, los mensajes del Señor en voz de profetas como Amós evidenciaron Su descontento con la apatía e hipocresía de Israel durante esa época. Más adelante, Dios juzgaría a Asiria; lo cual daría cumplimiento a la profecía de Nahúm (1:1). Mientras tanto, el pueblo del norte no dio importancia al llamado divino a arrepentirse y lo rechazó, lo cual le trajo consecuencias severas.

Mucho más adelante en la narrativa bíblica leemos que Jesús se refirió a la historia de Jonás como un hecho verídico (Mt 12:38-41; 16:4; Lc 11:29-32). Cristo no solo representa la actitud opuesta del profeta, sino también la personificación misma del mensaje de salvación. Cualquiera que se vuelve a Él en arrepentimiento genuino es bienvenido, no importa si se trata de una nación que salió de la idolatría (Jn 6:37).

Algunas lecciones que aprendemos de Jonás

Una advertencia sobre la ira contra Dios

Puede sonar extraño, pero el enojo de los cristianos contra Dios suele ser más frecuente de lo que quisiéramos admitir. La ira de Jonás se produjo en su corazón por una expectativa insatisfecha (1:1). Estuvo inconforme con la decisión soberana del Señor de amar a una nación pagana, perdonar su pecado y detener Su castigo.

La inconformidad con la voluntad de Dios es un pecado por el cual debemos arrepentirnos y vivir en lealtad verdadera a nuestro Dios soberano y misericordioso. Necesitamos cultivar el contentamiento, especialmente para cuando las aflicciones traigan resultados distintos a los que esperábamos.

Un llamado a evaluarnos

La historia de Jonás fue escrita también para que nos sirva como ejemplo (1 Co 10:11) y nos hace un llamado a examinar nuestros corazones, los cuales necesitan poseer una actitud reverente y sumisa ante las decisiones soberanas de nuestro Dios y Salvador. El libro cierra con una actitud poco ejemplar de parte de Jonás, ya que fue una reacción opuesta a la manera en que Jesucristo manejaba las situaciones difíciles.

La ira y el descontento de Jonás ante Dios por Su actuar soberano y bondadoso apunta a una reacción del corazón que los siervos de Cristo deben evitar. Aceptar la voluntad de Dios y Su amor por los perdidos debe producir en nosotros alabanza al Salvador e incrementar nuestra gratitud, porque decidió salvar a quienes merecíamos la condenación.


1 John MacArthur, The MacArthur Bible Commentary (Nashville, Tennessee: Thomas Nelson, 2005).
2 Andrew E. Hill and John H. Walton, A Survey of the Old Testament, 3rd edition (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Academic, 2009), p. 632.
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